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La esposa: María Teresa de Vallabriga y Rozas

(1759-1820)

La esposa del Infante don Luis nació en Zaragoza el 6 de noviembre de 1759. Su padre era Capitán del Regimiento de Voluntarios a Caballo y su madre era Josefa Stuart, Condesa de Torresecas.

En 1773 al morir su madre, ella y su hermana menor María Ana son trasladadas a Madrid para vivir con sus tíos los marqueses de San Leonardo, que al no tener hijos se hicieron cargo de ellas con todos los derechos de padres. Las niñas fueron educadas en un ambiente refinado y aristócrata. A los dieciséis años fue ofrecida en matrimonio al Infante don Luis, y aceptada por él por reunir las condiciones que exigía la Real Pragmática del rey. No era de sangre real pero sí de cierta nobleza y de ascendencia ilustre. Su tío era don Pedro Fitz-James Stuart y Colón, hermano del Duque de Berwick.

Al parecer, el Infante había conocido a María Teresa en La Granja de San Ildefonso, donde su tío, como caballerizo de Carlos III, solía ir con su familia. En carta a su hermano el Marqués de San Leonardo le explica las noticias referentes a la boda de su sobrina y le dice que ni él ni su mujer han tenido que ver nada en el asunto y añade que la fama de su buena cara, buena índole, sumo recogimiento, mucha inocencia y grande educación la han acarreado su fortuna.

En la petición de mano el novio le regaló un clavel de rubíes, diamantes y esmeraldas muy rico y bien trabajado. Y en las capitulaciones matrimoniales, firmadas en Aranjuez, el Infante le asigna "para Alfileres" cien doblones de oro cada mes y si quedara viuda, para alimentos, doce mil ducados al año.

Se celebra el matrimonio morganático el 27 de junio de 1776 en el oratorio del palacio de la Duquesa de Ferdinanda de Olías del Rey, Toledo, en una sencilla ceremonia a la que no asiste ningún miembro de la familia real. Tenía don Luis cuarenta y nueve años y María Teresa estaba a punto de cumplir los diecisiete. La felicidad del Infante era inmensa y llenó de regalos a su nueva esposa, un aderezo de brillantes, un reloj, un aderezo grande de la reina madre -valorado en dos millones de pesos-, doce palomitas con sus doce palomitos de brillantes, el aderezo de boda, los pendientes, la cruz y demás piezas y le dio dos millones de pesos para que regalase a su padre lo que ella quisiera.

A partir de entonces su vida matrimonial ya la conocemos por la del Infante. Aunque es de suponer que la jovencísima María Teresa no fuera tan feliz como lo pudo ser don Luis. Ella quizá esperaba una vida social más activa, más acorde al rango de un Infante de España, estaba bien situada económicamente pero muy limitada en sus posibilidades. La vida que se le ofrecía era tranquila y acomodada pero también aburrida y monótona en pueblos demasiado alejados de la bulliciosa corte; al fin y al cabo era un destierro, con la sola distracción de la naturaleza y la compañía de sus cortesanos. Lo que para el Infante era suficiente pues ya había vivido lo suyo, para la jovencísima María Teresa resultó un encierro.

Si tenemos en cuenta la correspondencia que mantiene el confesor del Infante Fray Urbano de los Arcos con Floridablanca, Secretario del rey, descubrimos una rocambolesca historia negra de María Teresa. Al parecer su carácter fuerte unido a la situación descrita hacen que la relación del matrimonio sea un infierno para el hostigado Infante, que débil de carácter y ya enfermo se deja manejar e intimidar por su orgullosa esposa. El cura denuncia que ésta le maltrata y le humilla incluso públicamente. Al parecer había habido algún conflicto entre el Infante y su secretario Juan Miguel Aristia, que también había denunciado el comportamiento de María Teresa.

Fueron padres de cuatro hijos, aunque el segundo murió a los pocos meses de nacer. Y cuando estos niños que fueron la alegría de sus padres empezaban a vivir, el Infante sufrió una enfermedad fatal que acabó con su vida, lo que iba a ocasionar un gran cambio para toda la familia.

Por orden de Carlos III, los niños fueron separados de su madre y entregados para su educación al Cardenal Lorenzana. Aunque para María Teresa fue un durísimo golpe no mostró oposición a la decisión real pues entendía que para los niños era bueno que el rey se hiciera cargo y por otro lado debió pensar que de nada serviría enfrentarse al rey. Por el contrario, si se mostraba complaciente, probablemente el rey sería condescendiente con ella. Pero en eso se equivocó. Carlos III duro y despiadado no permitió que María Teresa, como era su deseo, volviera a su tierra natal de Zaragoza. Quedó confinada en su palacio de Arenas aunque también se le permitía pasar temporadas en Velada. Las sospechas de sus amoríos con el joven Francisco del Campo, que ya en vida del Infante se rumoreaban, se hacen de nuevo patentes cuando al año de haber quedado viuda, el alcalde de Arenas escribe a Floridablanca hablándole del "notorio afecto" entre ambos, siendo un escándalo para todo el pueblo. La respuesta es contundente; se ordena al joven que vaya a Madrid de inmediato para incorporarse a un nuevo puesto. Nunca más se volvieron a ver. Curiosamente Francisco del Campo, era hermano de Marcos del Campo, cuñado del pintor Francisco de Goya.

No le permitió ni siquiera visitar a sus hijos hasta siete años después, en que muere el rey y le sucede en el trono su hijo Carlos IV, al que María Teresa escribe desesperada explicándole lo amargo de su situación y pidiéndole le permita volver a Zaragoza. El nuevo rey más benévolo que su padre contesta a sus misivas concediéndole el establecerse libremente en cualquier provincia y además le aumenta su pensión de viudedad. Lo primero que hace María Teresa es visitar a sus hijos en Toledo y emprender su viaje a Zaragoza, allí compra a sus hermanos la casa que fue de su padre y poco después el palacio de Zaporta, donde se instala. Lleva con ella gran parte de las pertenencias que le habían correspondido en el testamento de su esposo, entre ellas una importantísima colección de 159 obras, entre cuadros y grabados, de primerísimas firmas.

En 1797 recibe la noticia de la boda de su hija mayor con Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, en cuyas capitulaciones matrimoniales se restablecían los derechos de ella y sus hijos y poco después también tuvo la satisfacción de saber que su único hijo varón era consagrado Obispo de Toledo y Arzobispo de Sevilla. Su hija pequeña María Luisa se va a residir con ella a Zaragoza. Pasan unos años hasta que estalla la Guerra de la Independencia y María Teresa y su hija se refugian en Mallorca hasta 1814 que regresan.

El 26 de febrero de 1820 la que había sido esposa del Infante don Luis de Borbón muere, siendo enterrada en la cripta de la Basílica del Pilar, con los honores de persona regia. En su testamento, redactado días antes, ordenaba que tras su muerte todos sus cuadros se condujeran al Palacio de Boadilla del Monte.

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