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Francisco de Goya y Lucientes

(1746-1828)

Nacido en Fuendetodos, Zaragoza, hijo de José Goya, maestro dorador, desde pequeño había sentido atracción por la pintura y con catorce años ingresa en el taller barroco de José Luzán Martínez, con el que estaría cuatro años. Pero su ambición le hace ir más lejos y en 1763 hace su primer viaje a Madrid para presentarse al concurso de pintura que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando otorga. Goya no tiene éxito y comienza a trabajar en el taller de Bayeu.

En 1770 visita Italia y regresa a Zaragoza donde recibe su primer encargo importante: la decoración de una de las bóvedas de la capilla de la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, pero al Obispo no le gusta y Goya parte enfurruñado a Madrid, donde Mengs le da trabajo en la Real Fábrica de Santa Bárbara, en la realización de cartones para tapices. Se casa con Josefa Bayeu, hermana del pintor y se establece gracias al sueldo de 8.000 reales anuales que obtiene.

Pasan los años y el trabajo no falta, gracias a los numerosos encargos de tapices que la familia real hace para sus numerosos palacios. En 1780 es elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y comienza a recibir algunos encargos para iglesias de Madrid, como la de San Francisco el Grande.

En 1783 conoce a don Luis en Arenas de San Pedro. Parece ser que fue Francisco del Campo o su hermano Marcos, que estaba casado con la hermana de Goya, quien le habló de él al Infante, que le contrata para la realización de retratos de toda su familia. Goya pasa el verano con la familia y además de trabajar mucho entabla una buena amistad con don Luis e incluso salen a cazar juntos y charlan durante muchas horas. Tienen en común su amor por la naturaleza, para Goya su maestra para el Infante su refugio.

Retrata a los niños, a Luis María de cuerpo entero en el centro de una estancia; a la izquierda hay una mesa de escritorio con unos libros y a la derecha una silla sobre la que se apoya un mapa de Europa.

A María Teresa, la esposa del Infante. Primero de pie, apoyada en el respaldo de un sillón, en una estancia palaciega. Otro de perfil, sobrio como si de un busto se tratara. Uno bellísimo montando a caballo, altiva, segura de sí misma. Del Infante también hace varios retratos, el primero de pie, regio, vestido con casaca blanca, con la botonadura y las bocamangas bordadas en oro, luciendo banda y condecoraciones. También le retrata de perfil, haciendo pareja con el de María Teresa.

Años más tarde escribiría su hijo: "Él pinta en una sola sesión la cual, a veces, dura hasta diez horas pero jamás por la tarde y para aumentar la impresión de un retrato, añade toques finales durante la noche bajo luz artificial."

Al año siguiente Goya vuelve a pasar el verano en el palacio de la Mosquera. Le acompaña su esposa embarazada y la familia les trata con cariño. Goya recuerda con agrado su estancia en el palacio de la Mosquera, y nos queda su testimonio en la correspondencia que mantiene durante muchos años, con su gran amigo Martín Zapater: "La infanta le ha regalado a la Pepa una bata toda de plata y oro que vale treinta mil reales". O sus cacerías con el Infante: "He salido dos veces a cazar con su Alteza y tira muy bien y la última tarde me dijo sobre tirar a un conejo; este pintamonas aún es más aficionado que yo."

Es en ese verano de 1784 cuando realiza el bellísimo cuadro de la familia del Infante. Goya no sólo pinta si no que sabe reflejar magistralmente la personalidad de los retratados, nos acerca a su mundo y refleja en cada uno de ellos su condición y circunstancia. Podríamos decir que son "retratos con alma".

Ocupa el centro de la composición María Teresa, radiante mientras su peluquero le peina la melena y sus camareras esperan con los preparativos para dormir en las manos. A su lado el Infante, pequeño, insignificante, jugando un solitario. Goya supo reflejar la soledad del espíritu de don Luis. Aparece con su familia pero algo indica que está ajeno, ensimismado. Los sirvientes en actitud como si esperaran recibir órdenes. Ninguno está posando, ni siquiera se sienten observados, están ausentes, distraídos. Y los niños magníficos: Luis María de pie, mirando atento a su madre. María Teresa pendiente del artista, que se autorretrata a la manera de Velázquez, con una tierna expresión que refleja la admiración y el cariño que le tiene, y la pequeña María Luisa en brazos de su aya.

Entre los sirvientes destaca uno, de pie a la derecha con aires de superioridad, mirando desafiante al Infante, es Francisco del Campo, el cortejo y secretario de su esposa, para algunos su amante.

En total realiza 18 cuadros de los que algunos se conservan en el Museo del Prado y otros repartidos por el mundo, después de pasar por distintos destinos. El Infante queda tan impresionado que lo recomienda a sus amigos de la Corte: los Osuna, los Alba… convirtiéndose en un cotizado pintor de la aristocracia madrileña. Poco después es nombrado subdirector de Pintura de la Academia de San Fernando y a partir de entonces su éxito es ya imparable. El rey le nombra "pintor de cámara" con un sueldo de quince mil reales al año. Pinta la "La Familia de Carlos IV" y numerosos retratos de la familia real.

En 1800, a Godoy y a su esposa la Condesa de Chinchón, hija del Infante don Luis. Conoce a la Duquesa de Alba, de la que se enamora apasionadamente. Su vida es una mezcla de felicidad y tormento, cae gravemente enfermo en repetidas ocasiones hasta perder la audición en 1793, el "insulto" llamó él a esta terrible enfermedad que le aisló del mundo. Vive con dolor la Guerra de la Independencia, de la que nos dejara como testimonio dos impresionantes cuadros: "La Carga de los Mamelucos" y "Los fusilamientos del 2 de mayo".

En 1812 muere su esposa y unos años después compra una finca en las orillas del Manzanares, "la Quinta del Sordo", como se conoció popularmente, la decora con pinturas al fresco y ya apenas sale. La Inquisición le pide cuentas sobre las pinturas "obscenas" que encuentran en las propiedades de Godoy, la Maja Desnuda. Goya se siente incómodo y decide exiliarse en Francia. Le pide permiso a Fernando VII para tomar las aguas en Plombières, pero ya está en su mente no volver a España. Visita París y se traslada a Burdeos, donde encuentra la muerte el 28 de marzo de 1828, después de una penosa enfermedad. Su cuerpo fue enterrado allí mismo hasta que en 1929 son trasladados sus restos a Madrid y colocadas sus cenizas en la Ermita de San Antonio de la Florida.

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